Siempre hay dos luces encendidas
La noche, rajada por la luz de una luna creciente, brilla en una oscuridad infinita. Dentro, velas, linternas y algún fuego ancestral nos conecta con las cavernas en las que vivimos hace miles de años. Afuera, lo ignoto, el temor que produce la negrura de lo que creíamos conocer pero que, apagado, pierde su sentido habitual. De nuevo dentro, un silencio abrupto. El mismo que ha invadido una jornada sin llamadas telefónicas ni whatsapp ni mensajes en la bandeja de entrada ni avisos de nuevas noticias. El silencio de las lavadoras no puestas, hornos no encendidos o microondas calentando alimento alguno. El silencio roto por los pensamientos, por la ansiedad del desconocer y de lo desconocido, que es lo mismo.
La caída del sol se vuelve brusca, como un empujón hacia el abismo de lo desconocido. Hacia esa noche rajada por la luz de una luna creciente ausente de farolas, luces y señales. Afuera. Y también dentro. En mente nos viene una pandemia, conspiraciones, impotencias, vacío. Como el de fuera. Dos pequeñas y profundas luces ovaladas, amarillas, iluminan, de repente, la calzada. No es un coche: son los ojos de un gato que mira a la noche como cada día. La misma mirada con las que las gatas con las que vivo iluminan mi casa. Un ojear proyectado sobre el descansar de los perros, ausentes en su cansancio, que evidencia que todo está como siempre, que lo básico está cubierto, que no hay nada de lo que preocuparse. Ninguno de los cuatro animales no humanos de dentro necesita una llamada, un whatsapp o una notificación en el teléfono. Tampoco parecen contrariados por la ausencia del ruido de la lavadora, el microondas o el horno. Al contrario. El de afuera, inspecciona, juega y caza como siempre.
Cuando la noche se ha hecho fuerte, dentro, cada uno abraza su lugar, toma su posición y se relaja en su bienestar, pese a que la oscuridad de afuera lo colma todo. Contaminado por su hacer, apago las velas como quien pide un deseo sobre la tarta de un cumpleaños, dejándome envolver por la calidad de sus presencias.
El gato maúlla afuera. Y dentro, el deseo se cumple. El apagón enciende una pregunta en mi cabeza. ¿Qué necesita un animal para vivir?
Dos luces iluminan la noche maullando en un apagón con pretensiones de nueva luz. Yo me lamo las manos, inconscientemente, como quien busca un equilibrio vital. Mi pareja sonríe, me mira y hace lo mismo.
