Perros en fotos desafiando al tiempo

Los animales no humanos parecen seres atemporales. Un dibujo de un bisonte grabado sobre la roca de la cueva de Altamira, asemeja a un ejemplar real de los pocos que aún existen hoy en Yellowstone. Lo mismo podría decirse de los gatos o los perros que nos acompañan en nuestras casas: sabemos que son individuos únicos, con su nombre, sus características y sus manías pero, si los miramos con atención, no se diferencian mucho de los canes que aparecen en las fotografías en blanco y negro de nuestros mayores. Por eso parecen atemporales. Por eso y porque perros y gatos, aunque inmersos en el tiempo, viven fuera de él o más bien a sus espaldas o incluso a pesar de su existencia. A ellos no les hace falta mirar un reloj, anotar citas en una agenda o estar pendientes de un calendario. Ignoran qué es vivir un día o un año, no rememoran “viejos tiempos”, ni se sienten hijos de una “época”. Se podría decir que el tiempo pasa por sus rostros y sus cuerpos, de la misma forma que ellos pasan por el tiempo: experimentándolo.



El fotógrafo Elliot Erwitt (1928-2023) se pasó el tiempo de una vida captando imágenes cotidianas a lo largo de cuatro continentes: «Voy fotografiando de modo obsesivo todo lo que me interesa y cualquier cosa que me parezca que puede dar una buena foto», afirmaba. Revisando su catálogo para una exposición retrospectiva, fue realmente consciente del afecto que profesaba hacia los perros. A lo largo de cincuenta años, su objetivo había captado a casi mil canes en escenas cotidianas. El resultado de esa recopilación es Vida de perros, un libro de instantáneas donde uno no sabría decir si el individuo retratado pertenece a los años sesenta o a los noventa, si no fuese por la estética de las ciudades o de los humanos que en ocasiones les acompañan. Porque nosotros, los otros animales, al contrario que ellos, sí nos consideramos seres sujetos al tiempo y a lo que ocurre en su interior. Nuestra “temporalidad” se mide por un reloj, una agenda, un calendario. A medida que llegamos a la edad adulta, nos sentimos de otra “época” y, a través de las fotografías, rememoramos constantemente “viejos tiempos”. Porque, en realidad, atrapados en la vorágine del mundo occidental, nosotros también acabamos por ignorar qué significa vivir un día o un año. Pena que eso no nos haga atemporales.
