El regreso: paladeando el recuerdo

Los que tenemos una isla

Deshacemos la maleta con una lágrima en la consciencia cuando vemos el vestigio de una rama que se ha colado entre nuestras pertenencias o un puñado de arena que cae al suelo. Ante la lavadora, sentimos la extraña sensación de que el electrodoméstico limpia un pretérito de hace unos días –y que ya forma parte de nuestros recuerdos– y, al tiempo, ensucia un sueño del que no queremos desprendernos. Porque el verano –«el plazo breve que un instante dura», según William Shakespeare– está llegando a su fin y el otoño trae consigo –para la mayoría– horarios estresantes, reuniones poco útiles, faenas indeseables y agendas imposibles. Atrás quedan las toallas mil veces utilizadas, la chancla rota en algún camping o la chimenea encendida para dar calor a la helada nocturna de un lugar perdido en la montaña. También el calor del reencuentro en las fiestas patronales, el sabor de ese beso furtivo convertido en “amor de verano” y el olor del carbón de la barbacoa, los vermuts, paellas, bravas, espetos y todo el catálogo de gastronomía estatal entremezclados con la salitre de mares y océanos que han acariciado nuestros labios. Inconscientemente, seguimos paladeando el recuerdo.

«La vida sólo puede ser comprendida hacia atrás, pero únicamente puede ser vivida hacia delante», sentenciaba Kierkegaard, para quien recuerdo y memoria, son dos realidades diferentes. Es la segunda una objetividad irrebatible, la de los datos, la realidad –si es que existe– historiable. La primera, el recuerdo, pertenece al territorio de los sentimientos, a lo emocional. Y son ambas, las que nos llevan a afrontar este nuevo “curso” con una única ambición: hacernos estar bien. En este nuevo año Cat&Dog Tank regresa sobre la memoria de aquellos que amaron a gatos y perros, y sobre los sentimientos de quienes hoy los amamos. Regresa con más pelos y patas repletos de cultura, con vuestros microrregatos solidarios llenos de emociones y con la convicción de sabernos parte de un mundo en el que todos los animales podamos vivir en equidad. Regresamos con el recuerdo, que no memoria, de esa isla que nos ha fascinado tanto y en la que hemos vivido nuestras vacaciones. Regresamos con la certeza –que en algún momento se convertirá en memoria– de tener a nuestro lado las mejores islas que pueden existir. Las de los perros y gatos que nos acompañan, archipiélagos inalcanzables por nuestra razón y refugios, como la Ítaca de Ulises, que son patria de nuestra cotidianidad y tierra fértil para nuestro devenir.

Mientras el sol del verano se apaga y empieza el trasiego del nuevo año “laboral”, cada vez somos más los que tenemos una isla donde poder veranear todo el año. Miau, Guau. Empezamos.

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