El cuadro de Jane Goodall: un eterno abrazo holístico

Jane Goodall abrazando a un chimpancé en medio de la selva, mientras tres cuidadores observan la escena con expresión tranquila.

Universalizar la empatía

La vida es como un cuadro por representar, una especie de tabula rasa al estilo lockiano que vamos pintando en el lienzo del tiempo. Un lugar en el que proyectamos nuestros deseos, temores e incertidumbres; y un espacio en el que volcamos lo que sabemos a la vez que vamos aprendiendo de lo desconocido. Nuestras interacciones con los demás seres y nuestras formas de estar en el mundo son los pinceles. Los principios, manías, valores, emociones y pensamientos, los colores con los que vamos sacando a la luz la verdad que llevamos dentro. Cuando fallecemos, hay una representación de nosotros que, sin embargo, como cada obra de arte, está sujeta a la percepción de cada uno. Desconocemos qué veis, lectores de Cat&Dog Tank, en el cuadro que nos ha dejado Jane Goodall (1934-2025), pero nosotros tenemos la impresión de que estamos ante una obra maestra.

Retrato en blanco y negro de Jane Goodall sentada frente a una cascada, observando hacia lo alto con una expresión reflexiva.

La tenemos porque el conjunto rezuma belleza, sinceridad y coherencia. De lejos, llaman la atención sus densos tonos de respeto hacia todos los seres vivos, las largas pinceladas de un tono ético centrado en la necesaria acción individual y la convicción, perceptible en cada trazo, de que cada sujeto puede marcar una diferencia, transformando el cuadro global que pintamos entre todos. La figuración es clara y global, centrada en la sostenibilidad de los ecosistemas y en la igualdad de quienes los habitamos. La luz, que ilumina de dentro hacia afuera como un escorzo, llama al espectador a una esperanza activa basada en la compasión.

Si nos acercamos, el cuadro de la vida de Jane Goodall muestra una infinita viariedad de texturas de empatía, el consumo consciente de los recursos empleados y una auténtica humildad en el desarrollo. También sensibilidad en las formas, un trato cercano a la temática y una minuciosidad en los detalles. Si uno emplea todos sus sentidos para captarlo, puede comprobar que la pintura, además del siempre necesario método de observación científico, utiliza una técnica innovadora -y desgraciadamente poco extendida en cuadros de vidas ajenas- en su ejecución: la profunda conexión emocional con lo observado. Es este el elemento ideosincrático de una mujer de una humanidad sencilla -que no simple-, centrada en el presente y siempre dispuesta a luchar por la universalización de una idea: que todos los animales somos dignos del mismo respeto.

 Por su fuerza y coherencia, Jane Goodall nos ha dejado una obra maestra: su gran abrazo holístico al mundo. Y como toda obra maestra que se precie, la suya es única, inspiradora y llena de verdades simples -que no sencillas-. Verdades simples que, como señalaba Isaac Newton (1643-1727), “requieren años de contemplación para llegar a ellas”.

La vida es como un cuadro por representar cuya base es el lienzo del tiempo. Depende de nosotros saber qué pintamos y qué queremos pintar. Gracias, Jane.