Un altar para Frida Kahlo

Retrato pintado de una mujer de cejas pobladas con cabello trenzado adornado con mariposas, rodeada de hojas, un mono y un gato negro. Lleva un collar hecho de ramas del que cuelga un colibrí muerto.

Un gato negro como iconografía de la resiliencia

Como en un altar mexicano del Día de los Muertos, unas grandes hojas autóctonas crean la ilusión de una arcada, simbolismo de la entrada al inframundo. Delante, el retrato de una mujer vestida con una blusa tehuana, cabellos recogidos en un moño asido por dos mariposas y un extraño collar, recuerda a las fotografías de los difuntos. A tenor de su mirada -vacía de sí misma pero llena de dolor-, sabemos que está muerta. No es el suyo, sin embargo, un cese definitivo de la vida, sino el reflejo de otra realidad cercana a la defunción. Ella es Frida Kahlo (1907-1954) y la suya, una muerte en vida.

Fotografía en blanco y negro de una mujer acostada, mirando al frente, con un collar de cuentas grandes y un gato pequeño sobre el pecho.

Autorretrato con collar de espinas y colibrí, además de un regalo iconográfico para el espectador, es una radiografía del momento que atravesaba la propia artista. Al dolor físico de una pierna golpeada por la poliomielitis y de una espina dorsal fracturada por un autobús; Kahlo hubo de sumar el sufrimiento psicológico de una turbulenta relación con Diego Rivera (1886-1957). Como el mono (símbolo del mal en occidente, pero de la lujuria en México) que juega con el collar de espinas apretando el cuello de la retratada, así asfixió Rivera a la artista con sus constantes relaciones extramatrimoniales. Aquel -el collar- representa y redefine la Pasión de Cristo en una clave feminista, mostrándonos un colibrí atrapado. El pequeño pájaro es, a la vez, el amor herido terminado en divorcio y esperanza vertida en forma de amuleto que llama a un afecto futuro. Porque esta Kahlo, muerta en vida, es resiliente. Lo es porque hay en ella una necesidad de resurrección espiritual representada por las mariposas y las libélulas que revolotean sobre su cabeza. Lo es porque sus ojos, inalterados pese al brotar de la sangre que emana de su cuello, ya no derraman lágrimas. Y también lo es porque le acompaña su gato.

Aunque el gato negro es conocido universalmente como símbolo de mala suerte, el felino de Kahlo es justamente su opuesto. Hay en él misterio, detección de un peligro inminente y desconfianza ante el mismo. La posición de su lomo nos indica, además, la determinación de seguir adelante, de cazar la vida, de resurgir. Fuerza, independencia, lucha; eso enseñaba el gato negro que acompañaba a una Frida postrada en su cama por un dolor que ella sabía convertir en arte. El arte de seguir viva en la muerte: la importancia de ser resiliente.

Dos fotografías de una mujer: en la primera, de pie en un jardín abrazando un gato; en la segunda, vestida de largo, inclinándose hacia una ventana mientras dos perros pequeños caminan cerca.

Autorretrato con collar de espinas y colibrí, además de un regalo iconográfico para el espectador, es un altar mexicano del Día de los Muertos en tributo a la vida de Frida Kahlo. Una mujer que amó a perros, gatos, loros y monos. Y también a Diego Rivera. Una mujer empoderada, rompedora y orgullosa de sí. Una mujer resiliente que, pese a estar muerta, de alguna manera sigue viva.

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