Un gato muy corriente

Coerción de la verdad que nos impulsa a ir más allá, sea desde lo más inminente, sea hasta el origen de todo (Aristóteles, 384-322 a.c); incomodidad o desorientación mental que surge ante lo que no entendemos (Wittgenstein, 1889-1951); y estado en el que se “retira” nuestra actitud habitual de dar por sentado la presencia y el sentido de las cosas, para constatar la extrañeza de lo oculto que hay tras ellas (Heidegger, 1889-1976). Hablamos del asombro: esa emoción que experimentamos ante lo nuevo, sorprendente o inesperado. Esa perplejidad que, como el miedo y según cada individuo, nos posiciona en un estado de huida, evitación, paralización, defensa o lucha. También esa capacidad que tienen las ciencias y las artes de conmovernos, de poner en movimiento nuestra maquinaria física, mental y emocional para impulsarnos -como si una corriente eléctrica pasase por nuestro cuerpo- a la aventura del descubrir, imaginar, experimentar y crear.
Crear y perfeccionar un sistema de corriente alterna inventando un motor esencial para los aparatos domésticos y la industria. Experimentar con la idea de conseguir telecomunicaciones inalámbricas y emplear la conectividad de la Tierra y la atmósfera para transmitir electricidad sin necesidad de cables. Imaginar la posibilidad (hoy verificada) de la existencia de las ondas electromagnéticas de baja frecuencia y descubrir que los rayos X son peligrosos. Inventar un transmisor de aumento, el primer sistema de energía hidroeléctrica, un mando a distancia o aplicaciones para el microscopio electrónico, el radar o la transmisión de vídeo. Perplejo se queda uno al saber que un único ser humano, Nikola Tesla (1856-1943), es la mente que imaginó todas estas creaciones. Sorprendidos nos encontramos al comprobar que la chispa que lo encendió fue el asombro.
En una carta redactada en 1939, Tesla explica el inicio de todo. Penumbra de un atardecer frío y seco. Mačak, “el gato más precioso del mundo”, salta sobre el regazo de un Nikola que apenas suma tres años. Este acaricia el lomo del felino y, al hacerlo, ve y oye unas chispas que salen de su pelaje. Ese “milagro” era la electricidad estática. Estático no se quedaría; tampoco huiría, ni se defendería y mucho menos evitaría lo ocurrido. El estado en el que se posicionaría el resto de su vida, sería el de afrontar lo desconocido: entregarse al asombro.
Fue Mačak, por tanto, quien despertó la curiosidad -felina- de Tesla, conmoviéndole; es decir, poniendo en movimiento su maquinaria física, mental y emocional, impulsándole -como si una corriente eléctrica pasase por su cuerpo- a la aventura del descubrir, imaginar, experimentar y crear. Queda para la historia una fantasiosa reflexión del joven Nikola sobre la composición del mundo: “¿Y si la naturaleza fuese un gato gigante? Entonces solo la mano de un Dios podría acariciarlo”.


