Que nada nos defina. Que nada nos sujete. Que sea la libertad nuestra propia sustancia
-Tiene que parar. Tanto esfuerzo invertido en estudiar, escribir, preparar y dar conferencias van a acabar con ella.
-Estoy de acuerdo. Además, ¿no te parece irónico que por defender sus derechos y los de otras mujeres tenga que trabajar el doble que un hombre?
-Yo diría que el triple porque también defiende los nuestros[1].
-Ahí la has maullado, gata.
-Debería tomarse unas vacaciones. Siempre le escucho decir que son necesarias para que cada persona reflexione sobre su condición y su futuro.
-Y también sobre cómo quiere ejercer su libertad y dar sentido a su vida. Porque, las vacaciones, deberían ser algo más que descanso: deberían ser un tiempo para afirmar la propia autonomía.
-Oye, ¿por qué no la incitas por lo menos a dar un paseo? Sabes que valora el contacto con la naturaleza como una experiencia de libertad.
-Lo sé, lo sé. Y te digo más, cuando estamos solas, sin Jean-Paul[2], noto cómo sus pensamientos creativos se disparan.
-¡Es que no hay nada como emerger en una soledad soberana[3]!
-Ser independiente como lo eres tú y tener la capacidad de decidir sobre el propio tiempo como hago yo es algo fundamental para desarrollarse.
-Te recuerdo que ella no come animales de ninguna especie así que, ¡es lo mínimo que le podemos enseñar!
-Yo no sé cómo hace cuando va de viaje, con tanto acoso y tantas restricciones a que las mujeres estén solas y experimenten la libertad que les corresponde como seres vivos. Debe ser un problema.
-Es que el problema de la mujer siempre ha sido un problema de hombres[4].
-Pero ella ni se rinde, ni se para.
-Ya, pero tiene que parar.

[1] Vegana convencida, Simone de Beauvoir abogó por los derechos de los animales estableciendo un vínculo entre las opresiones interseccionales que sufren mujeres y animales no humanos en nuestra sociedad patriarcal.
[2] Aunque nunca se llegaron a casar, Simone de Beauvoir compartió parte de su vida con Jean-Paul Sartre.
[3] De “El segundo sexo”, Simone de Beauvoir, 1949.
[4] Frase célebre extraída de “El segundo sexo”, 1949.