Apadrinar a un gato
No hay una sensación comparable a la de acariciar a un gato. Desde el primer contacto se establece una conexión energética, equiparable a la meditación que los propios felinos parecen practicar. El bienestar que fluye de ellos nos puede dar calma y serenidad en cualquier momento. Incluso cuando el humano esté hablando con otra persona sobre matar.
«Ahora vienes a mí a decir, ‘Don Corleone, pido justicia’, y lo pides sin ningún respeto, no como un amigo; ni siquiera me llamas ‘Padrino’. En cambio, vienes a mi casa el día de la boda de mi hija a pedirme que mate por dinero.»
Las palabras pronunciadas por Vito Corleone ante la petición del funerario Amerigo Buonasera van acompañadas de lentas pero fluidas caricias al gato que porta en el regazo. El gesto, calcado al del malvado Ernst Stavro Blofeld -enemigo acérrimo de James Bond-, renueva el “tropos” establecido por este en 1963, ampliándolo. La presencia del gato en una atmósfera que parece íntima y cotidiana ayuda a profundizar en la psique del personaje interpretado por Marlon Brandon (1924-2004), presentándolo al espectador en torno a un juego de dualidades antagónicas. Así, la autoridad y respeto que emana ante Buonasera, se contrapone con la serenidad que cada caricia al felino le otorga. Estas, a su vez, son el reflejo de un ser sensible y tierno que, sin embargo, habla de violencia anticipándonos la crueldad inherente que le veremos desarrollar a lo largo de la trilogía. El gato convierte así a Vito Corleone en un malvado con humanidad. En un personaje que aúna al tiempo la vida y la muerte. Eros y Thánatos. Pero hay más. El gato, reconstruyendo el “tropos” del que forma parte, también resignifica su propia realidad histórica dejando de ser la reencarnación del mal para convertirse en la luz que alumbra la oscura estancia donde Brandon hace brillar a Corleone.
Poco se sabe sobre el propio gato. No incluido en el guión original de Francis Ford Coppola (1939), la historia cuenta que fue el propio director (o tal vez Brandon) quien lo encontró deambulado en torno a los sets de la Paramount. Nunca se supo si era un gato comunitario o acompañaba a un miembro del equipo. Tampoco si, tras el rodaje, siguió merodeando por los estudios o alguien tuvo cura de él. La sola idea de que un miembro del Padrino (1972) acabase apadrinando un felino desbordaría el concepto del “malvado acariciando un gato” hasta destruirlo. La sola idea de que un felino pueda marcar el devenir de una historia como la del Padrino, nos da la esperanza de que, en la vida real, un gato también pueda apadrinar a un malvado.


