«La virtud no habita en la soledad: debe tener vecinos»
«Los principios de mi filosofía no quedarán escritos en libro alguno porque no hay palabras sagradas: todas se las lleva el mismo viento que arrastra las flores de los cerezos. Será pues en la práctica de la ética y de la virtud donde encontraremos el perfeccionamiento personal y la armonía social. La misma armonía con la que el cosmos regula la existencia de humanos, plantas y animales. Amar nuestra naturaleza común, rectificar nuestros fallos y aprender de lo que nos rodea es el camino hacia el equilibrio. Esto es lo que aprendo, día a día, observando las interacciones de los gatos que, desde hace varias lunas, acuden a mi jardín.
Longeva y suave como una flor de loto, Zhi[1], la más anciana, trasmite sus conocimientos desde una inacción que únicamente rompe cuando a ella acuden: «Saber que se sabe lo que se sabe y que no se sabe lo que no se sabe; he aquí el verdadero saber». Y como “Aprender sin pensar es inútil, pero pensar sin aprender es peligroso”, Lí[2], el más pequeño del grupo me muestra su constante empeño –”no importa la lentitud con la que avances, siempre y cuando no te detengas”– por hacer bien su parte: en eso consiste el honor. En eso y en “actuar de acuerdo con lo que es correcto y justo para todas los involucrados”. Para eso está el macho Yi[3], firme y flexible como una vara de bambú, siempre dispuesto a impartir justicia cuando no existe un acuerdo en lo que sin duda ya es una colonia: “Donde hay educación no hay distinción de clases”. Lo ayuda en su tarea Ren[4], el más bondadoso de todos ellos, a quien los desplantes les resbalan como gotas de rocío en el follaje de un arbusto: “No te preocupes si los demás no te aprecian, preocúpate si tú no aprecias a los demás”. El otro cachorro, Xiao[5], honra a sus padres y ancestros continuando sus tradiciones. Tanto es así que, desde que lo atravesó el primer rayo de luz de la vida, supo que debía ir al fondo del jardín, cerca del almendro a vaciar sus esfínteres: “Si no se respeta lo sagrado, no se tiene nada en que fijar la conducta”. Su hermana mayor, Shu[6], siempre es compasiva con quienes aún no han aprendido a observar las tradiciones, pues sabe que hasta el ave más grande, una vez tuvo que aprender a volar: “No debes quejarte de la nieve en el tejado de tu vecino cuando también cubre el umbral de tu casa”. No por ello, uno debe dejar de ser honesto, es lo que parece mostrarle Xin[7] pues él no le hace a otros, lo que no le gustaría que le hiciesen a él. Considero que esta enseñanza tendría que ser la máxima por la que deberíamos guiarnos en el cosmos, ya que el respeto genera el equilibrio necesario para poder vivir en armonía. A mí, además, me gusta la tranquilidad, por eso mi leal Zhong[8] es el único que pisa el tatami: porque sabe mantenerse en silencio. Y “el silencio es el único amigo que jamás traiciona”.

[1] Sabiduría, conocimiento.
[2] Rito, decoro, buenos modales.
[3] Rectitud, justicia.
[4] Humanidad, benevolencia, bondad.
[5] Respeto a los padres y ancestros.
[6] Perdón, compasión.
[7] Honestidad, sinceridad.
[8] Lealtad.

