ladridos y maullidos sonando en el recuerdo

Fotografía antigua en blanco y negro de una pareja frente a una casa. El hombre está sentado con un perro sobre las piernas y lleva sombrero; la mujer está de pie a su lado, mirándolo, mientras un gato se asoma desde el interior de la casa.

Hasta que el espejo se rompa

Sea la negación o ausencia de la vida, el alma deshaciéndose de un cuerpo para ascender en comunión con lo divino, o la liberación de una energía que se transformará en nueva existencia; la muerte ha sido una constante en la historia del pensamiento humano y en sus expresiones artísticas, culturales e individuales. Todos, inevitablemente y en algún momento, reflexionamos sobre ella. La muerte de un ser querido, el diagnóstico de una enfermedad irreversible, o el miedo, la angustia y el vacío que puede provocarnos el día a día, exacerban ese estado cavilativo que confronta, como una imagen especular, vida y muerte.

Retrato en blanco y negro de Frida Khalo, una mujer joven con el cabello recogido, mirada seria, pendientes grandes y un chal sobre los hombros, posando frente a un fondo neutro.

Según Edgar Morin (1921) es aquí donde se encuentra el “nudo gordiano” de la existencia: en la ruptura que acontece entre la mente humana que piensa, elucubra y crea, y el cuerpo biológico que siente, experimenta y crece. Cuando se quiebra el espejo y la muerte deviene, mente y cuerpo se rompen en mil pedazos cuya realidad ya no podemos palpar. El “nudo gordiano”, lejos de desanudarse se estrecha -oprimiendo- cuando quien fallece es un ser al que amamos. Se abre entonces el espacio del recuerdo, de volver a pasar por el corazón las emociones pretéritas. La oportunidad de rastrear un olor, un sabor o esa caricia que nos marcó, que nos hizo sentirnos queridos. Un lugar donde muchos escuchamos maullidos, ladridos, ronroneos y gruñidos de los gatos y perros que nos han acompañado en nuestro camino y que siempre nos acompañarán en esa ausencia presente que es el recuerdo.

Por eso, y aunque desconozcamos qué significa exactamente la muerte, tal vez debamos hacernos cargo de su reflejo, la vida. Quizá debamos aprender a valorar los pensamientos, sentimientos, elucubraciones, experiencias y creaciones propios y ajenos para seguir creciendo. Tal vez tendríamos que intentar generar nuevos y hermosos recuerdos que nos sobrevivan. Quizás, simplemente, habría que atrapar la frase que el propio Morin nos regala a sus 104 años recién cumplidos -«Mientras estoy poseído por las fuerzas de la vida, el espectro de la muerte retrocede»- y convertirla en la piedra angular de la cotidianidad. Hasta que el espejo se rompa.

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