«Los hombres ofenden antes al que aman que al que temen»
«Los que desean alcanzar la gracia y favor de un príncipe acostumbran a ofrendarle aquellas cosas que se reputan por más de su agrado, o en cuya posesión se sabe que él encuentra su mayor gusto[1]. Como no he hallado, entre mis posesiones, ninguna más cara ni mejor que mi conocimiento sobre los gobernantes, he aquí que le ofrezco a Vuestra Magnificencia esta obra.
El Príncipe debe, ante todas las cosas, ingeniárselas para que cada una de sus operaciones se ordene a procurarle nombradía de gran gato y de soberano de superior ingenio[2]. Ha de ser lo bastante prudente para evitar la infamia que le haría perder su corona[3], más avaro que pródigo con sus iguales y permanecer belicoso ante los humanos. Los hombres son ingratos, volubles, disimulados, huidores de peligros y ansiosos de ganancias[4]. Mientras les hacemos bien y necesitan de nosotros nos ofrecen comida, protección, cuidados y hasta cariño, pero se rebelan cuando ya no les somos útiles. Cabe, por tanto, inspirarles un temor saludable y exento de odio, ser más temido que amado y únicamente derramar sangre si la ocasión lo mostrase indispensable[5].
Es necesario que el Príncipe sepa que dispone, para defenderse, de dos recursos: la ley y la fuerza. El primero es propio de hombres y, por el momento, apenas nos beneficia, mientras el segundo corresponde esencialmente a los animales[6]. El buen Príncipe debe imitar el coraje del león para así poder espantar a quien invada su territorio, y la astucia del zorro para conocer los intereses del enemigo. Defenderá con uñas y dientes su colonia y conquistará las ajenas en época de celo. Acostumbrará ir a menudo de caza, pues así podrá conocer la calidad de los sitios y habituará su cuerpo a la fatiga[7]; accederá al contacto con sus iguales y sus diferentes, mostrando la cautela del sabio y la integridad del felino valeroso; y se unirá a otros príncipes y sus ejércitos en la lucha contra los depredadores bárbaros. Son todas estas características indispensables de un gran soberano quien, ayudado por la fortuna, podrá escapar de los cazadores CER[8] y establecer su sólido mando, dentro y fuera de las casas, en descampados, bosques y jardines.
Son tiempos para la gloria de un nuevo Príncipe como Vuestra Magnificencia. Acepte pues, este proyecto de restauración del derecho gatuno con la audacia y confianza que infunden las empresas legítimas, a fin de que se cumplan las palabras de Petrarca: El valor peleará con furia, y el combate será corto, porque el denuedo antiguo aún no ha muerto en los corazones de los gatos[9].

[1] De la dedicatoria a Lorenzo el Magnífico, prólogo de El Príncipe de Nicolás Maquiavelo.
[2] Inspirado en el capítulo XXI.
[3] Inspirado en el capítulo XV.
[4] Extracto del capítulo XVII.
[5] Inspirado en el capítulo XVII.
[6] Inspirado en el capítulo XVIII.
[7] Inspirado en el capítulo XIV.
[8] El método CER consiste en la Captura, Esterilización y Retorno de los gatos callejeros.
[9] Inspirado en el capítulo XXVI