Defender a los animales en una sociedad que (todavía) no es vegetariana

¿Es coherente que aquellos que comen carne trabajen por el bienestar animal?

Una incoherencia de base parece latir en las posiciones de defensa de los derechos de los animales: ¿Cómo pueden defender esa postura quienes aún siguen comiendo carne animal? La cuestión no es menor y nos obliga a todos a una reflexión importante.

El proceso de paso hacia el vegetarianismo y veganismo en el mundo – y también en España – crece de forma rápida, sostenida e imparable. Según Proveg Internacional, a partir de un estudio de la consultora Lantern, el 10,8% de la población española se considera flexitariana, es decir, que 4,2 millones de personas siguen una dieta en la que priorizan lo vegetal, y en la que el consumo de carnes, peces y mariscos es anecdótico. A eso, ha de añadirse que, en torno a 550.000 personas en España son ya vegetarianas (un 1,4% de la población adulta) y que, el 0,8% de la población española es ya vegana, alcanzando las 315.000 personas. Los números indican que una revolución en las posiciones alimentarias – en muy buena medida, relacionadas con la defensa de la vida animal – está en marcha.

Sin embargo, a la espera de que esos números crezcan, la cuestión decisiva es qué pensar mientras tanto y qué hacer mientras tanto. Lejos de conocer la respuesta a esas preguntas, hay una premisa clave: la incoherencia entre la defensa de los animales y su sacrificio para la alimentación no puede convertirse en un elemento paralizante, que nos frene en la lucha por sus derechos. No puede sortearse el bagaje de decenas de miles de años de estatus carnívoro en unos pocos decenios, en primer lugar, porque estamos ante una cuestión muy arraigada culturalmente y que implica decisiones personales e íntimas de un grandísimo calado, que sólo pueden revertirse individualmente, y en contextos de mucho volumen de información. Lo que sí puede hacerse es atender a lo que Immanuel Kant definió como ideas reguladoras, aquellas que – como si fueran un faro en la lejanía – guían nuestros actos a lo largo del tiempo; unas ideas cuya culminación tal vez no lleguemos a alcanzar jamás pero que orientan, en todo momento, nuestras acciones. Las ideas reguladoras, en nuestro caso, son las de la búsqueda de un bienestar animal absoluto, que elimine cualquier violencia hacia ellos, incluido el sacrificio. Ese será el sentido en el que habremos de avanzar, día a día, sorteando evidentemente muchas dificultades y conscientes de que es improbable que alcancemos esa meta de un modo absoluto.

La defensa a ultranza de los derechos de los animales, procurando su máximo bienestar incluso en aquellos casos en los que puedan ser criados y sacrificados para el consumo humano ha de convertirse en el imperativo categórico del mientras tanto. Desde una posición vegetariana o vegana puede ser, desde luego, un inaceptable programa de mínimos; ese programa de mínimos, no obstante, es la respuesta más realista al problema del maltrato animal, en un mundo que – ahí todos podemos estar de acuerdo – necesita urgente transformación.

Por otro lado, ese imperativo categórico del mientras tanto ha de servir a quienes defienden a los animales, pero se sitúan a ambos lados de la línea del consumo de carne, a esforzarse por comprenderse, por trabajar juntos y por marcarse objetivos, que redundarán – en el futuro – en la ganancia de cada vez más espacios para la liberación de nuestros hermanos animales.

De esta y otras cosas, reflexionamos en nuestra sección Editorial en Cat & Dog Tank