El destino de la tradición

 

Ninguna tradición que quiera perdurar podrá seguir sustentándose sobre el dolor animal

Ya la Antigüedad asistió a un proceso en el que los viejos ritos sangrientos se sintetizaron, se estilizaron, se sublimaron en formas mucho menos salvajes y que no implicaran necesariamente la muerte o el dolor de ningún ser vivo. El Hinduismo, que aún hoy se distingue de todas sus heterodoxias – como el Budismo – por la obligada aceptación de los Vedas, que son las palabras reveladas originariamente a los Rsis por los Dioses y que se fundan ante todo en la descripción de sacrificios (¡especialmente impactante es el sacrificio del caballo!), adaptó y sublimó esos sacrificios rituales de tal manera que siguieron dando sentido a una religión que desde las postrimerías del período védico, con las Upanisads, empezó a extender un amor esencial a todas las criaturas. La religión del tat tvam así (“tú eres eso”… tú eres cada uno de los seres vivos que tienes a tu alrededor y ellos son tú) y de la ahimsa, que llama a amar toda vida y a no ejercer violencia contra ningún ser vivo (divisa del mahatma Gandhi) consiguió por tanto sostener su tradición, mantenerla, ser fiel a ella, sin tener que mantener la brutalidad ritual védica. Lo mismo podría decirse de todo tipo de sacrificios existentes en muchas prácticas religiosas, que a la larga se sublimaron y cambiaron la muerte por la idea de la muerte, casi siempre para explicar la necesaria resurrección. Los símbolos del pan y el vino en el Cristianismo no son otra cosa que la estilización de la carne y la sangre del sacrificio.

Pues bien, mientras que enormes tradiciones complejísimas y que afectan a millones de personas se han transformado para operar el paso del dolor a la sublimación del dolor, a la metáfora del dolor, pequeñas tradiciones – casi siempre locales – y, con frecuencia, con un arraigo limitado temporalmente, se consideran inamovibles, irrenunciables, intocables. Los juegos – seguramente violentos – con toros dejaron las maravillosas pinturas del palacio de Knossos y su disfrute estético actual no justifica que Creta haya de seguir teniendo espectáculos taurinos en la actualidad. El disfrute del “Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías” de Federico García Lorca no nos obliga a seguir aceptando las corridas de toros. El aprecio de “El Señor y la Señora Andrews” de Gainsborough no nos compromete de ninguna manera con el ejercicio de la caza con perros.

Es hora de plantearse la transformación de toda tradición que implique el dolor animal en otra cosa. En algo que pueda aportar a nuestra sociedad, a nuestra convivencia y a nuestro disfrute sin tener que hacer que los pobres animales tengan que pagar nuestra fiesta.