Hodge, el gato del Dr. Samuel Johnson

Ostras, un gato y muchas palabras

Mientras Percival Stockdale (1736-1811), James Boswell (1740-1795) y el Doctor Samuel Johnson (1709-1784) intercambian comentarios críticos sobre los últimos textos publicados, Hodge se encarama a la mesa, frota su negro lomo contra los libros allí apilados y, después, de un salto, alcanza el regazo del doctor para ser acariciado. Boswell intenta no perder el hilo -se departe sobre la esclavitud, tema sobre el que Stockdale mantiene una ferviente posición abolicionista-, pero no puede evitar dejarse llevar por la relación de su contertulio con el felino. «¿Es un buen gato?», acaba por preguntar, interrumpiendo la conversación. Johnson posa la taza de té sobre la madera y, juzgando la demanda como natural, responde: «Los he tenido mejores; pero sí, es un buen animal».

Terminada la tertulia, los tres hombres salen al exterior del inmueble dispuestos a despedirse. Después, Johnson cruza Gough Square y se pierde por el callejón. Desde el alféizar de la ventana, Hodge se relame los bigotes porque sabe que el doctor va en busca de ostras para obsequiarle. Boswell toma notas, Stockdale construye versos mentales.

Samuel Johnson recopilará más de 42 mil palabras en un innovador diccionario de la lengua inglesa que contendrá citas literarias explicativas. Boswell escribirá una biografía del doctor donde incluirá a su gato Hodge. A la muerte del felino, Stockdale le escribirá un hermoso poema (Una elegía sobre la muerte del gato favorito del Dr. Johnson). En 1997, el ayuntamiento de Londres erigirá una estatua en honor a su ilustre ciudadano. En ella aparecerá representado su diccionario, una ostra y su mimado compañero Hodge.

Una elegía sobre la muerte del gato favorito del Dr. Johnson

Let not the honest muse disdain

For Hodge to wake the plaintive strain.

Shall poets prostitute their lays

In offering venal Statesmen praise;

By them shall flowers Parnassian bloom

Around the tyrant’s gaudy tomb;

And shall not Hodge’s memory claim

Of innocence the candid fame;

Shall not his worth a poem fill,

Who never thought, nor uttered ill;

Who by his manner when caressed

Warmly his gratitude expressed;

And never failed his thanks to purr

Whene’er he stroaked his sable furr?

The general conduct if we trace

Of our articulating race,

Hodge’s, example we shall find

A keen reproof of human kind.

He lived in town, yet ne’er got drunk,

Nor spent one farthing on a punk;

He never filched a single groat,

Nor bilked a taylor of a coat;

His garb when first he drew his breath

His dress through life, his shroud in death.

Of human speech to have the power,

To move on two legs, not on four;

To view with unobstructed eye

The verdant field, the azure sky

Favoured by luxury to wear

The velvet gown, the golden glare –

–If honour from these gifts we claim,

Chartres had too severe a fame.

But wouldst though, son of Adam, learn

Praise from thy noblest powers to earn;

Dost thou, with generous pride aspire

Thy nature’s glory to acquire?

Then in thy life exert the man,

With moral deed adorn the span;

Let virtue in they bosom lodge;

Or wish thou hadst been born a Hodge.

Que no desdeñe la musa honesta

que Hodge despierte la melodía lastimera.

¿Prostituirán los poetas sus cantos

ofreciendo alabanzas a estadistas venales?

Por ellos florecerán flores parnasianas

alrededor de la llamativa tumba del tirano;

¿Y no reclamará la memoria de Hodge

de inocencia la fama cándida?

¿No llenará su valor un poema,

quien nunca pensó ni pronunció mal;

quien con su actitud al ser acariciado,

cálidamente expresó su gratitud;

y nunca dejó de ronronear su agradecimiento

cuando acariciaba su pelaje negro?

La conducta general si rastreamos

de nuestra raza articulada,

el ejemplo de Hodge, encontraremos

una aguda reprimenda de la humanidad.

Vivió en la ciudad, pero nunca se emborrachó,

ni gastó un penique en un punk;

nunca robó ni un céntimo,

ni estafó a un sastre por su abrigo;

su atuendo al principio de su vida,

su mortaja en la muerte.

Poder del habla humana,

moverse sobre dos piernas, no sobre cuatro;

contemplar con ojos despejados

el campo verde, el cielo azul,

favorecido por el lujo para llevar

el vestido de terciopelo, el resplandor dorado…

Si reclamamos honor de estos dones,

Chartres tuvo fama demasiado severa.

Pero, hijo de Adán, ¿aprenderías

a ganarte elogios de tus más nobles poderes?

¿Aspiras con generoso orgullo

a adquirir la gloria de tu naturaleza?

Entonces, en tu vida, ejercita al hombre,

adorna la vida con hechos morales;

deja que la virtud se aloje en tu seno;

o desearías haber nacido Hodge.