Perros del mundo romano

Reflexiones caninas de Plinio el Viejo

Plinio el Viejo

Pocos textos antiguos hablan sobre los perros de un modo tan entrañable como los del romano Plinio el Viejo, en el libro VIII de su Historia Natural. Si somos capaces de pasar por encima de los aspectos más violentos y desagradables de lo que debió de ser el comportamiento normal humano hacia los perros, en aquella época (y mucho después), si somos capaces de leer entre líneas los textos de este gran escritor, descubriremos su admiración y su enorme pasión por estos animales, además de su extraordinario conocimiento.

(61) Características de los perros. Ejemplos de la relación de éstos con sus amos. Quiénes han criado perros para luchar.

También de los animales que conviven con nosotros hay muchos dignos de conocimiento y, ante todos, el más fiel al hombre, el perro, y a continuación el caballo. Hemos oído que un perro luchó por su dueño contra unos ladrones y que no se apartó de su cuerpo, aún molido a golpes, manteniendo alejadas a las aves y a las fieras. Que en el Epiro[239], al reconocer otro perro en medio de la multitud al asesino de su amo, éste confesó su crimen obligado por los mordiscos y ladridos de aquél.

Doscientos perros devolvieron del destierro al rey de los garamantes[240], luchando contra los que se les enfrentaban. Con vistas a las guerras los colofonios y los castabalenses[241] tenían traíllas de perros. Éstos luchaban los primeros en la línea de combate sin retroceder nunca: constituían las tropas auxiliares más fieles y sin necesidad de soldada. Cuando los cimbros fueron muertos, sus perros defendieron a sus familias que estaban montadas en los carros[242]. Muerto el licio Jasón, su perro se negó a comer y se consumió de hambre. El perro al que Duris dio el nombre de Hircano, al ser encendida la pira del rey Lisímaco, se arrojó a las llamas[243], y lo mismo hizo el del rey Hierón[244].

También Filisto menciona a Pirro, el perro del tirano Gelón[245]; así mismo se menciona el de Nicomedes, rey de Bitinia, que despedazó a Cosíngide, mujer de éste, por una frivolidad demasiado lasciva con su marido[246]. Entre nosotros, un perro defendió de un bandido al noble Vulcacio, que enseñó derecho civil a Cascelio[247], cuando volvía al atardecer de su propiedad a las afueras de Roma en un caballo asturcón; lo mismo le ocurrió al senador Celio[248], enfermo en Placencia, cuando fue atacado por unos hombres armados y no fue herido hasta que mataron a su perro. Pero, por encima de todos, en nuestra época está atestiguado en las Actas del pueblo romano que en el consulado de Apio Junio y Publio Silio[249], al castigar por su relación con Nerón, hijo de Germánico, a Ticio Sabino[250] y a sus esclavos, el perro de uno de éstos no pudo ser echado de la cárcel ni se apartó del cuerpo de su amo expuesto, exhalando tristes gemidos en las escaleras Gemonias[251], en medio de un gran corro de ciudadanos romanos, y, al tirarle alguien comida desde allí, la llevó a la boca del muerto. Este mismo se echó a nadar, cuando fue tirado el cadáver al Tíber, intentando mantenerlo a flote, mientras la multitud se aglomeraba para contemplar la fidelidad del animal.

Son los únicos que conocen a su dueño e incluso lo barruntan, si llega de improviso, aunque esté irreconocible; son los únicos que saben sus nombres[252] y reconocen las voces familiares. Recuerdan los itinerarios, por largos que sean, y ningún ser viviente, excepto el hombre, tiene mayor memoria. Sus ataques y su crueldad los apacigua el hombre sentándose en el suelo.

La vida cotidiana depara muchísimas otras cualidades de éstos, pero su habilidad y sagacidad se ponen de manifiesto sobre todo en la caza. Olfatea las huellas y las sigue, arrastrando de la correa hasta la presa a quien persigue la caza en su compañía y, una vez avistada ésta, ¡qué silenciosa y disimulada, pero qué significativa es su forma de indicarlo, primero con la cola y luego con el hocico! Por ello, los llevan en brazos incluso en la vejez, cuando ya están cansados, ciegos y débiles, pero siguen captando el olor del viento y dirigiendo su hocico hacia las guaridas.

A los indios les place cruzarlos con los tigres y, por ello, atan a las hembras en las selvas en la época del apareamiento[253]. Consideran que los que nacen en la primera o segunda camada son demasiado salvajes y sólo los crían a partir de la tercera. Los galos intentan lo mismo con los lobos, y sus rebaños tienen cada uno un guía y jefe procedente de estos perros al que acompañan en la caza y le obedecen, pues también entre ellos ejercen la autoridad.

Es seguro que junto al río Nilo beben a la carrera para no dar ocasión a la avidez de los cocodrilos[254]. El rey de Albania había regalado a Alejandro Magno, cuando se dirigía a la India, un perro de un tamaño excepcional; deleitado por su aspecto, ordenó enfrentarlo a osos, luego a jabalíes y, por último, a antílopes, permaneciendo aquél despectivamente tumbado sin moverse. Irritado por tal indolencia de un cuerpo tan enorme, el caudillo de noble espíritu ordenó matarlo. Llegó esto a oídos del rey y, por ello, al enviarle otro, le remitió instrucciones de que no lo pusiera a prueba frente a animales pequeños, sino frente a un león o a un elefante: que él había tenido dos y, si moría éste, no le quedaría ninguno más. Y Alejandro no se demoró y vio al punto al león despedazado. Después mandó enfrentarle a un elefante, no habiendo disfrutado más con ningún otro espectáculo, pues, con el pelo erizado por todo el cuerpo, emitió primero un enorme ladrido, después atacó, dando un salto y elevándose contra las extremidades de aquél por un lado y por otro, en una habilidosa lucha, atacando y retrocediendo según fuese lo más conveniente, hasta que lo hizo caer por el vértigo después de dar continuas vueltas, temblando la tierra a su caída[255].

(62) Su reproducción

Los perros paren dos veces al año. La edad adecuada para parir es a partir del año. La gestación dura sesenta días. Dan a luz crías ciegas y, cuanto más abundante es la leche con la que se alimentan, tanto más tarde adquieren la vista; nunca, sin embargo, después de veintiún días ni antes de siete[256]. Algunos cuentan que, si nace solo uno, ve a los nueve días, si dos, a los diez, y así sucesivamente se van sumando días de retraso para ver la luz por cada uno más, y que ve a los faunos[257] la hembra que nace de una primeriza. El mejor de la camada es el que comienza a ver el último, o bien el primero al que la recién parida lleva al cubil tras el parto.

(63) Remedios contra la rabia

La rabia de los perros es mortal para el hombre cuando brilla Sirio, como hemos dicho[258], por el miedo letal al agua que sufren los que han sido mordidos en estas condiciones. Por ello, se le hace frente durante esos treinta días mezclando, sobre todo, fimo de gallina con la comida de los perros, o bien eléboro, si ya se ha producido la enfermedad.

Pero el único remedio contra el mordisco, descubierto hace poco por un oráculo, es la raíz de la rosa silvestre que se denomina cinorrodon[259]. Columela[260] atestigua que si a los cuarenta días de su nacimiento se les arranca la cola de un mordisco y se les quita la última vértebra del espinazo, junto con la extracción del nervio, ni les crece la cola, ni se vuelven perros rabiosos. Se nos ha transmitido entre los prodigios que un perro habló, cosa de la que, por cierto, he tomado nota, y que una serpiente ladró cuando <Tarquinio> fue expulsado del trono[261].


[232]    Cf. PLIN., X 127.

[233] Cf. PLIN., X 40.

[234]   Cf. PLIN., X 135.

[235]   Cf. PLIN., VIII 35. También en este pasaje se puede comprobar el escepticismo de Plinio con respecto a la existencia de serpientes con cresta o dragones. Cf. F. CAPPONI, L’anatomia e la fisiologia di Plinio, Ginebra, 1995, pág. 16.

[236]   Acerca de las leyendas de Acteón y Cipo, cf. OVIDIO, Metamorfosis III 151-152 y XV 565-621, respectivamente, y también VALERIO MÁXIMO, V 6, 3. Acteón fue transformado en ciervo por Diana como castigo por haber contemplado desnudas a ella y a las ninfas durante el baño. Cipo fue un pretor romano al que, estando próximo a la ciudad, le crecieron unos cuernos prodigiosos, signo de que a su regreso a la Urbe sería nombrado rey. Él, sin embargo, como republicano que era, no quiso volver, y los habitantes de Roma, en concepto de homenaje, le dedicaron una estatua en la que se le representaba con sus cuernos.

[237]   Término derivado del latín subula «lezna». Se trata de los cervatos. Cf. PLIN., VIII 117.

[238]   Término que resulta de la transcripción del griego platýkeros «de cuernos anchos». Podría tratarse del alce, el gamo o el reno.

[239]   Cf. PLIN., VIII 214.

[240]   Cf. PLIN., V 45.

[241]   Cf. PLIN., VIII 71 y 76.

[242]   Cf. PLIN., VIII 85.

[243]   Cf. PLIN., VIII 38.

[244]   Medida de capacidad equivalente a 13,09 1.

[245]   Cf. PLIN., XXXV 149.

[246]   Cf. ARIST., HA II 1, 500a10 ss., y III 9, 517a20 ss.

[247]   Cf. PLIN., XXVIII 266. Asimismo, PALADIO, XV 150.

[248]   Adoptamos la lectura de ERNOUT, incisa nascentium, frente a la propuesta de MAYHOFF, que suprime el genitivo plural.

[249]   Cf. ARIST., HA II 1, 499b19 y PA III 2, 663al8 ss. En opinión de algunos estudiosos, podría tratarse del rinoceronte.

[250]   Nombre aplicado a una tribu de los lígures. Cf. PLIN., III 47 y 135.

[251]   Región de la Galia compuesta por tres grandes pueblos: belgas, lugdunenses y aquitanos: cf. al respecto PLIN., IV 105. El nombre con que la designa Plinio es un derivado del griego kóme «cabellera».

[252]   Habitantes de Mikonos, una de las islas Cícladas, al NE de Delos.

[253]   Act. Dalyan, ciudad de Asia Menor en la costa SE de Caria. Cf. PLIN., V 104.

[254]   En griego se denomina phalakrokórax, es decir, «cuervo calvo». Podría tratarse del cormorán. Cf. PLIN., X 133. Cf. ERNOUT, com. ad loc., pág. 160.

[255]   CF. ARIST., HA I 7, 491b6.

[256]   Cf., respectivamente, PLIN., VIII 130 y X 117.

[257]   Acerca de los moluscos y del pulpo, cf. PLIN., IX 83 y 85, respectivamente. Cf. asimismo, ARISTÓTELES, HA I 16, 494b26 ss.

[258]   Aceptamos la lectura de Emout, que añade tectum al texto que ofrece la edición de Mayhoff.

[259]   Cf. ARIST., HA II 15, 506a27 ss. Seguramente algún tipo de parásito: cf. KÖNIG-HOPP, com. ad loc., pág. 220.

[260]   El término latino Flaccus significa «de orejas lacias». Cf. ERNOUT, com. ad loc. pág. 162, y CIC., ND I 29.

[261]   Para su identificación, cf. PLIN., X 66.