Reinterpretando el mito del gato de Schrödinger

Una pelota, una caja, perros y… ningún gato

Hace 100 años, un alemán, un danés y un austriaco formularon tres ecuaciones matemáticas. Lo que parece el comienzo de un viejo chiste de cafetería se convertiría, sin embargo, en una nueva forma de entender el universo que rompería con las normas de la física clásica, estableciendo un cambio de paradigma en el sentido de Thomas Kuhn.

            Hasta el año 1900, la ciencia postulaba que la luz era una onda electromagnética continua. El primero en oponerse a este concepto fue Max Planck (1858-1947) que teorizó que, a un nivel imperceptible, la energía fluía de manera discontinua: en “cuantos”. Un joven Einstein, convencido de la naturaleza dual “onda–partícula” de la luz, extendió el concepto a toda la materia. Las ecuaciones de los tres matemáticos del chiste de la cafetería, lo corroboraron. El alemán –Werner Heisenberg (1901-1976)– estableció el “principio de incertidumbre” (no se puede medir a la vez la posición y la velocidad de una partícula), el danés –Niels Bohr (1885-1962)– corroboró que las partículas existen en estados indeterminados hasta que las medimos, y el austriaco… quiso demostrar que todos, incluido él mismo, estaban equivocados.

             En un intercambio epistolar, el austriaco Erwin Schrödinger (1887-1961) y Albert Einstein (1879-1955) concibieron un experimento a nivel macroscópico para comprobar lo que consideraban una paradoja absurda. Una pelota atada a un deteriorado cartucho de pólvora fue la primera opción. Buscando más énfasis en la parodia, Schrödinger creó una caja opaca en cuyo interior introduciría un gato con un dispositivo. Este tendría: un átomo radiactivo con un 50% de posibilidades de desintegrarse en menos de una hora, y un detector de partículas que podría activar un martillo capaz de romper un frasco de ácido prústico (un veneno muy potente). De esta manera, el gato estaría en un estado de superposición –vivo o muerto simultáneamente– hasta que abramos la caja y observemos.

            Decía Hans-Georg Gadamer que todo mito –ese relato que narra como reales acontecimientos extraordinarios y trascendentes– debe ser reinterpretado y valorado cual forma de expresión y comprensión del mundo aún vigente. En este caso, y más allá de la inmoralidad que supone cualquier tipo de experimentación animal, es innegable que en la prueba de Schrödinger se unen razón y creatividad, afán de conocer e indagar. Elementos todos ellos que nos permiten hacer evolucionar el mundo y crecer con él.

Hoy sabemos que el gato –como cualquier otra partícula del universo– podría haber estado vivo o muerto, pero lo importante es que no hubo gato alguno, porque el experimento fue solo teórico. Tampoco hubo minino alguno en la vida de Erwin, aunque sí perros: Barney, el can de su amante Sheila, y Burschie, un collie de pelo largo. Tal vez Schrödinger empleó aquella pelota para jugar con ellos.

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