Una tarde de domingo como las de antes… con perros

Un «puntazo» de compañeros

Aunque en la actualidad los domingos se fundan con el resto de los días de la semana en un continuum de horarios laborales, prisas y compras; hubo un tiempo -hasta el siglo pasado- en el que se asociaban con el esparcimiento, el encuentro con los seres queridos y el reposo. “El descanso dominical no solo es bienvenido, sino necesario” afirma el sociólogo estadounidense Richard Sennett (1943). Algo parecido debió pensar Georges Seurat (1859-1891) en sus paseos por las riberas del Sena, donde observó cómo la burguesía parisina se reunía buscando la tranquilidad de la tarde festiva. Asentando su caballete en la isla de Grande Jatte, tomó los pinceles y, buscando la característica luz vespertina, plasmó una de las escenas más icónicas de la historia del arte.

Un dimanche après-midi à l’Île de la Grande Jatte, contiene todos los elementos impresionistas (el juego luz-sombra, el gusto por el detalle y la búsqueda del movimiento dentro del estatismo) bajo una nueva e innovadora técnica: el divisionismo. Puntos yuxtapuestos de colores complementarios dotan al paisaje de una luminosidad que parece vibrar sobre la superficie del lienzo, realzando los matices de la composición. Niños jugando, un músico interpretando, una trainera con sus remeros, una pescadora, personas observando el vaivén del agua del río -y así hasta cuarenta figuras humanas- conforman la atmósfera de esa tarde de domingo. Un domingo como los de antes: de reposo, esparcimiento y encuentro con los seres queridos, entre ellos los perros. Uno negro olfatea la hierba mientras un pequeño y regordete ejemplar corre hacia él, pasando junto a un macaco portado con correa. En la distancia, un tercer can -blanco como su White dog de 1884- alza la cola atento a los aconteceres del entorno, bajo la mirada alegre de su humano. Todos ellos son retratados con la delicadeza propia de quién observa activamente, de quién es capaz de prolongar un trabajo de interminables bocetos durante más de tres años, de quién quiere hacer una obra maestra.

Pero hay algo más allá de la calidad técnica y estética que nos incita a la reflexión. Y es que la onírica escena transmite armonía y tolerancia, independientemente del número de patas que tengan los protagonistas. No hay un humano molesto por la presencia de un can, ni un perro interrumpiendo la tranquilidad de bípedo alguno; hay lo que deberíamos fomentar: respeto.

Por eso, si este domingo -o cualquiera de los días del continuum que conforman una semana- tienes tu jornada de descanso, no dudes en reposar, esparcirte y pasar buenos momentos con los seres que más te quieren: tus compañeros gatos y perros. Y si estás viviendo ese momento mágico del año en el que gozas de tus merecidas vacaciones, llévalos contigo a montañas, ríos y playas. Eso sí, hazlo siempre con respeto.

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