«Perros» humanos y canes que aman

Hay quien piensa que el universo está regido por una razón cósmica o Logos que determina una cadena de causas y efectos que conducen a un destino ya escrito. Por contra -y vetando todo poder al azar- los hay quienes opinan que nuestras vidas son fruto de las múltiples decisiones -conscientes o inconscientes- que tomamos cotidianamente: puro libre albedrío. Como vía intermedia entre ese determinismo duro al modo de Séneca (4 a.C-65 d.C) y el libertarismo extremo de Lucrecio (99 a.C-55 a.C), aparecen las posturas compatibilistas que hablan de una coexistencia de ambas. Bajo este prisma, nuestras decisiones serían como pequeñas teselas que, al entrelazarse con las ajenas, darían lugar al mosaico de una situación concreta. Algo así opina el filósofo estadounidense Daniel Dennet (1942-2024). Y también el cineasta mexicano Alejandro González Iñárritu (1963).
En su debut cinematográfico, Iñárritu inaugura una narrativa propia basada en la construcción de estos “mosaicos situacionales”, como pretexto para explorar historias independientes que en ellos convergen. En Amores perros, un accidente automovilístico conecta las vidas de tres humanos -Octavio, Valeria y Chivo- y dos canes -Cofí y Richie-. Estos últimos, auténticos protagonistas de la cinta, son los detonantes de las acciones y funcionan como espejo de las emociones y pensamientos de los personajes. Además, dan sentido al oxímoron del título, pues frente al “amor” se contrapone “perro” con una connotación de “indigno”, “desdichado” o “despreciable”. Despreciable es instrumentalizar a un animal utilizándolo para pelear como hace Octavio. Desdichada es Valeria al perder al pequeño Richie bajo la tarima flotante, símbolo de la impotencia y fragilidad de su relación con un hombre casado. Indigno es Chivo, un ex terrorista reconvertido en un alcohólico asesino a sueldo. Estos tres “perros” humanos son también el reflejo del dolor que provoca la pérdida, la traición, la desesperación y la desintegración personal. El reflejo de un mosaico, que es imagen de la brutalidad y crudeza de la vida en muchas urbes latinoamericanas, de los vericuetos oscuros a donde la existencia nos puede llevar y, como consecuencia, de la forma en que algunos maltratan al resto de los seres.

Pero estos “perros” humanos son solo la mitad del oxímoron y de los sentimientos y pensamientos de sus protagonistas. La otra, es el amor. El que siente Octavio al ver a Cofí malherido, el de Valeria hacia Richie y el del Chivo al rescatar a cada uno de los perros callejeros que se va encontrando. Y por supuesto, el de los canes, siempre fieles y dispuestos en su entereza a vaciarse en sus humanos, siempre preparados para empezar de cero en busca de un poco de amor.
No sabemos si el destino estaba escrito, ha sido fruto de decisiones premeditadas o una red de teselas ha construido la imagen de este mosaico, pero hoy Cat&Dog Tank celebra los 25 años de Amores perros, el oxímoron por excelencia de Iñárritu. Una película que incita a la reflexión sobre la vida humana y el trato que queremos darle a los seres que nos acompañan.
