A través de la luz de Sorolla

En la cabeza del artista

Hace ya tiempo que la lógica expositiva convencional ha empezado a dejar paso a nuevos conceptos que ya no pivotan sobre el valor aurático de la obra de arte original, sino más bien sobre su contenido formal y material. Si bien antes toda la energía estética que circulaba entre la obra y el espectador residía en la doble presencia de la creación original y del numen de quien mira, ahora parece que las exposiciones buscan con mayor intensidad la generación de sensaciones a partir de lo creado y de lo imaginado, diseccionando, recreando, poniendo en movimiento e inventando. En la actualidad, parece más importante recrear la emoción de la experiencia, que apelar a la sensibilidad racional de quien mira.

En esa línea más inclusiva, menos erudita y más popular, que entiende el arte ante todo como un disfrute y una provocación inmediata para los sentidos, tendríamos la exposición “Sorolla, a través de la luz”. De las cuatro partes de la misma, apenas una de ellas – la tercera – cuenta con pinturas del autor… Pese a su bella factura, tal vez no lleguen a veinte las obras expuestas, que inevitablemente saben a poco. ¿Qué hay en las otras tres secciones? La primera está ocupada por una cronología, necesaria, sí, pero a la que quizás se le dedica demasiado espacio, dando la sensación de relleno. La segunda propone una sala con un audiovisual envolvente en grandes dimensiones, que sumerge a quien mira en el universo del color y la luz del autor. Si bien algunos movimientos y algunas composiciones refuerzan la fascinación por la pintura de Sorolla y elucidan algunas de sus pinceladas más recónditas, hay quizás un uso exagerado de la dinamización de las figuras de los cuadros, que acaba generando una sensación extraña de teatro de marionetas. Es curiosamente la cuarta sección, a la que se accede mediante el uso de gafas virtuales, la que a quienes acudan de forma más desinhibida, posiblemente, más les sorprenderá. A través de la imagen virtual, el espectador entra en un escenario envolvente, donde más que a la pintura del valenciano, accedes a su imaginación, a un mundo de formas, colores, sensaciones y objetos que te permiten visualizar los sueños del artista.

Al salir del Palacio Real, donde tiene lugar la exposición, es fácil seguir flotando en la mente del creador para, por qué no, descubrir por fin entre todo lo que gravita en aquel espacio de fantasía, la figura de ese perrito que acompañaba al genio mientras pintaba en su jardín.