La gran obra narrativa de Max Aub también tiene su gato
«Campo Cerrado», el primer volumen de El Laberinto Mágico, imprescindible lectura sobre la Guerra Civil Española, tiene como personaje central a Rafael Serrador, quien aglutinará en sí todas las contradicciones de su país. En su primera juventud, cual Lázaro de Tormes, Rafael entrará al servicio de un platero borrachín de Castellón y de su mujer. En ese contexto, Aub nos regalará un bellísimo fragmento dedicado al gato de la dueña. Una verdadera delicia.
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“Otro personaje importante de la tienda era el michino, un gato blanco de pelo largo y fino, ojillos de almendra verde jaspeados de jalde, zaíno para los desconocidos que le carantoñearan, muy sabedor de sus prerrogativas, celoso de sus dominios. Traía locos a sus amos, desvelados en todo momento por su humor, su salud y posibles deseos; lucía gran collar y placa, candado y toda la pesca. Su comida era función pertinente de la platera: si alguien entraba en el momento de la condimentación de los manjares debidos al mamiferillo teníase que esperar o volver; por nada de los mundos, éste y el otro, hubiese almorzado el felino a las doce lo que le tocaba a las once. Los andares reposados, despreciativo de juegos sin provecho, miraba desde lo alto de su superioridad los afanes de ciertos corredores de bisutería empeñados en ganarse su simpatía a fuerza de bolitas de papel, maullidos engañadores, rascaduras en el mostrador u otras tretas infantiles. Paseábase señor por las vitrinas y el banco artesano, entre reasas, anillas, mosquetones, gargantillas y alambres, pisando aljófar, falsos corindones, aretes y demás zarandajas que esperaban compostura de la Lima y los alicates del joyero. Era sagrado, aun cuando metiera los bigotes entre ama y comprador, y éste se esturrufara. Hablábale entonces la filatera:
¿Qué quieres, precioso bonito? ¿Qué quieres, encanto? ¿Qué le dices a tu tururú?
Se lo echaba al hombro con la esperanza de que tal prueba de cariño le permitiese liquidar el negocio; pero si el gato volvía a las andadas, le respetaba el gusto. Teníanle por hijo; le regañaban muy serios, los zarracatines, cuando se iba de picos pardos, lo cual sucedía a menudo. La rebusca del minino por los alrededores era obligación de Rafael y parte importante de su trabajo.”
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