Una pesadilla canina de Chichikov

Almas muertas
Almas muertas

Perros en las Almas Muertas de Gogol (II)

Nikolai Gogol

En medio de su camino en busca de almas muertas, nuestro diablo menor, Chichikov, tiene uno de los encuentros más inesperados y desagradables de toda la novela, con el terrateniente Nosdriov, juerguista, camorrista, jugador y sirvergüenza, un temperamento apasionado y caótico, que desbordará el perfil timorato del protagonista. A continuación, ofrecemos tres de los pasajes más descacharrantes del encuentro Chichikov-Nosdriov, en este delicioso road movie del siglo XIX ruso (de que hablábamos ya la semana pasada), en los que los perros tienen un papel fundamental. La versión procede de la edición de Vía Láctea (Akal). ¡Que lo disfruten!

(ii)

– ¡Eh, Porfirii, – gritó Nosdriov, –  trae el cachorro! ¡Vaya cachorro! – siguió él, volviéndose a Chichikov. Es robado; su dueño no lo habría vendido ni a cambio de sí mismo. Yo le había prometido una yegua castaña clara que, recuerdas, cambié en casa de Jvostyriov… – Chichikov, por otro lado, nunca había visto ni a la yegua castaña clara ni a Jvostyriov.

                – ¿Señor! ¿No quiere comer algo? – dijo en ese momento el ama, acercándose a él.

                – ¡Nada, Ay, hermano, qué farras! Por cierto, ponme vodka. ¿Qué vodka tienes?

                – Anisado, – respondió la vieja.

                – Pues, venga un anís, – dijo Nosdriov

                – ¡Ponme ya de beber a mí también! – dijo el rubio.

                – ¡En el teatro, una actriz, pedazo de canalla, cantaba así, como un canario! Kuvsinnikov, que se sentaba a mi lado, dijo – “¡Mira hermano, si pudiéramos gozar de las fresas!” Creo que había cincuenta teatros de feria. Fenardi estuvo cuatro horas dando vueltas como un molino. – Aquí, tomó la copa de manos de la vieja, que para ello se inclinó mucho ante él. – ¡Eh, tráelo aquí, tú! – gritó al ver a Porfirii que entraba con el cachorro. Porfirii estaba vestido igualito que el señor, con un abrigo, provisto de un forro de algodón, pero un poco manchado de grasa.

                – Venga, ponlo aquí, en el suelo.

                Porfirii puso al cachorro en el suelo y éste, estirando sus cuatro garras, olfateó la tierra.

                – ¡Aquí está el cachorro! – dijo Nosdriov, cogiéndolo del lomo y levantándolo con la mano. El cachorro lanzó un aullido bastante lastimero.

                – Sin embargo, no has hecho lo que te dije, – dijo Nosdriov volviéndose hacia Porfirii y mirando minuciosamente la panza del cachorro, – ¿No se te ha ocurrido cepillarlo?

                – Sí, sí que lo he cepillado.

                – ¿Y por qué tiene estas pulgas?

                – No puedo saberlo. Puede que las haya cogido en la brichka.

                – Mientes, mientes; no se te ha ocurrido cepillarlo; más bien yo creo, imbécil, que encima le habrás pegado las tuyas. Mira, Chichikov, mira qué orejas, vamos, tócalas con la mano.

                – Para qué, ya lo veo: ¡buena raza! – respondió Chichikov.

                – ¡No, cógelo, tócale las orejas!

                Chichikov, para darle ese gusto, le tocó las orejas, añadiendo:

                – Sí, será un buen perro.

                – Y la nariz, ¿sientes lo fría que está? Cógela con la mano.

                Deseando no ofenderle, Chichikov también le cogió la nariz, diciendo:

                – Un buen olfato.

                – Es un mordas auténtico, – prosiguió Nosdriov, – he de reconocer que hace mucho que tenía los dientes largos por un mordas. Venga, Porfirii, llévatelo.

                Porfirii, cogiendo al cachorro bajo el brazo, se lo llevó a la brichka.

(iii)

Luego Nosdriov enseñó las cuadras donde antes había habido también buenos caballos. En estas caballerizas, vieron un macho cabrío al que según una vieja creencia se consideraba indispensable junto a los caballos, que, al parecer, se llevaba bien con ellos, y andaba bajo sus panzas como Pedro por su casa. Más tarde, Nosdriov los llevó a ver un lobezno que tenía atado. «¡Este es el lobezno!» —dijo él—. Le alimento aposta con carne cruda. ¡Quiero que sea una fiera perfecta! Fueron luego a ver el estanque en el que, en palabras de Nosdriov, había unos peces de tal tamaño que harían falta dos personas para sacar una sola pieza, y con mucho trabajo, algo que sin embargo el pariente no dejó de poner en duda. «A ti, Chichikov —dijo Nosdriov—, te enseñaré un fenomenal par de perros: la fuerza de sus músculos es sorprendente… iSus pelos son agujas!» —y los llevó a una casita muy bonita, rodeada de un gran patio vallado. Al entrar en el patio, vieron distintos perros, de pelo espeso, de pura raza, de todos los colores y pelajes posibles, pardo-rojizos, negros con manchas blancuzcas con pintas, pardo-rojizos con pintas, negros con pintas, de orejas negras, de orejas grises… Los nombres eran de todas clases, casi todos en modo imperativo: dispara, injuria, revolotea, tuesta, mata, tacha, cuece, quema, nórdico, golondrina, premio, guardián. Entre ellos, Nosdriov era como un padre entre sus hijos. Todos ellos, levantando hacia arriba sus colas, atendiendo a las normas perrunas, fueron directamente al encuentro de los invitados y se pusieron a saludarles. Unos diez de ellos pusieron sus patas sobre los hombros de Nosdriov. Injuria mostró una enorme amistad por Chichikov y, levantándose sobre sus patas traseras le lamió con la lengua en los mismos labios, de forma que Chichikov se puso de inmediato a escupir. Vieron perros que causaban admiración por la fuerza de sus músculos… buenos perros. Después fueron a ver una perra de Crimea que ya estaba ciega y, según Nosdriov, habría de morir pronto, pero que hacía dos años era una perra muy buena; visitaron pues a la perra y la perra, ciertamente, estaba ciega.

(iv)

—Pues compra la yegua castaña clara.

—Tampoco me hace falta una yegua.

—Por la yegua y por el caballo gris que me has visto, me darás sólo dos mil.

—Pero que no me hacen falta caballos.

—Los puedes vender; en la primera feria, te darán por ellos dos veces más.

—Por eso es mejor que los vendas tú mismo, cuando estás seguro de que ganarás el doble.

—Ya sé que lo ganaré, pero me gustaría que también tú tuvieses ganancia.

Chichikov le agradeció su deferencia y rehusó abiertamente tanto al caballo gris como a la yegua castaña clara.

—Pues cómprame unos perros. iTe venderé un par que pone la carne de gallina! Con mucho pelo, con bigotes, con lana por arriba, como cerdas. El costillar como el de un barril, completamente increíble; recogen las garras de tal forma que no rozan la tierra.

—¿Para qué quiero esos perros? Yo no soy cazador.

—Yo quiero que tengas perros. Escucha, si no quieres perros, cómprame el organillo; a mí mismo me costó, palabra de honor, mil quinientos rublos: a ti te lo dejaré en novecientos.

—¿Pero para qué quiero yo un organillo? Mira, no soy un alemán de esos que los llevan por los caminos y piden dinero.

—Pero éste no es un organillo de esos que llevan los alemanes. Esto es un órgano; fíjate bien: es todo de caoba. iY te enseñaré aún más! —aquí Nosdriov, cogiendo a Chichikov de la mano, lo llevó a la otra habitación y por más que éste aferraba sus pies al suelo y decía que ya sabía de qué organillo se trataba, hubo de escuchar de nuevo de qué forma fue Mambrú a la guerra—. Si no quieres por dinero, entonces escucha: te daré el organillo y todas las almas muertas que tengo, pero tú me das tu brichka y trescientos rublos suplementarios.

—Lo que faltaba, ¿y en qué iré yo?

—Yo te daré otra brichka. Iremos al cobertizo, iTe la enseñaré! Tú la vuelves a pintar y será una brichka fantástica.