Un episodio felino en el Apocalipsis de David Rubín [1]
Tal vez, por sus extraordinarias dimensiones; tal vez, por su colorido preciosista; tal vez, por la seguridad con la que su autor asume con naturalidad importantes riesgos narrativos; la ultimísima obra de David Rubín, El Fuego, es ya – pese a su corta existencia – una de las novelas gráficas más imponentes y más sorprendentes del panorama español de todos los tiempos. Y eso son palabras mayores.
Desde la primera página, la audacia plástica de la narración envuelve al lector de tal modo, que la propia historia del arquitecto Alexander Yorba pasa a un segundo plano y, por momentos, es difícil saber si estamos frente a un cómic, sentados en el cine o visitando una arrebatadora exposición. Como ocurre en otras obras de Rubín, como en Gran Hotel Abismo o Beowulf, el autor no está dispuesto a someterse a los corsés del formato libro ni a los imperativos de la viñeta y rompe el espacio de la página, haciendo de cada secuencia una provocación y un momento estético pleno de lectura… si es que a esta experiencia podemos seguir llamándola lectura. Da la sensación de que, ante la obra de Rubín, Scott McCloud, el gran teórico del arte secuencial, tendría que añadir un apéndice a cualquiera de sus manuales, especialmente, a su Entender el Cómic. El Arte Invisible.
Pues bien, en este laboratorio magnífico del arte secuencial, a medio camino entre el capítulo 1 y el capítulo 2 – porque también el orden de los capítulos parece descoyuntarse… – en una casa sumergida de un Ámsterdam, que afronta los estragos del cambio climático y que, no obstante, se anuncia a sí misma como la ciudad que venció al mar, donde sólo los rascacielos asoman la cabeza por encima de las aguas, como grandes anuncios de marcas, Yorba visita a su amiga Gertrud, enfermo, apesadumbrado y abandonado por todos. Él busca la ayuda y la intercesión de su amiga, pero ésta le irá cerrando puertas con sus palabras, al tiempo que la multitud de gatos que habita con ella va asediando la jaula de un pájaro, que canta enajenado. Cuando el discurso de Gertrud llega a su paroxismo, los gatos se lanzan a por el pájaro… En ese momento, Yorba – que ha leído aquella señal – decide irse. La amiga quiere retenerlo, forcejean… hasta el punto de que ella acaba herida. El pájaro-Yorba, de entrañas mecánicas, aparece entonces destrozado, pero, aun así, sigue cantando.
El episodio de Ámsterdam se llena así de imágenes imponentes e inquietantes, a la altura de esta grandiosa y nostálgica versión del Apocalipsis. En él, Rubín adopta una posición semejante a la del Hitchcock de Los Pájaros, donde, en los más inofensivos de los animalillos, dibuja el rostro de la angustia y la amenaza. Un imprescindible.
[1] Contiene los mínimos spoilers posibles.