Retrato de bailarín con gato

Desde el secreto del movimiento

Junto a su piano y a diversos dibujos y grabados suyos, Vicente Escudero posa elegante, seguro y feliz, con su gato en el regazo. Puede adivinarse que viera en él parte de los secretos del movimiento, cuya investigación le llevó toda su vida. Alguien, que recibió al siglo XX con 12 años y que murió en 1980, tuvo tiempo de sobra para ser testigo de todos los entresijos de una época crucial, pero también para darle forma. Masivamente desconocido para el público actual (¡qué idiosincrásicamente español es desconocer lo mejor de España!), Vicente Escudero lo fue todo y marcó una época como muy pocos, no sólo en nuestro país, sino también fuera de él. Bailarín, coreógrafo de flamenco, escritor, teórico de la danza, pintor, grabador, conferenciante, actor, cantaor… los ecos del gran humanismo reverberan en él, como en muy pocos artistas de nuestro país.

En los locos años de la creación europea, antes de la Segunda Guerra Mundial, Escudero fue el gran renovador de la danza flamenca y uno de los primeros en llevar el arte flamenco fuera de nuestro país y popularizarlo a nivel internacional. En su estilo, enérgico y expresivo, fusionaba elementos del flamenco tradicional con influencias clásicas y contemporáneas, entre las que dejaban su poso lo mismo los alemanes Mary Wigman o Rudolf Laban que el indio Uday Shankar, rompiendo con muchas convenciones establecidas. Cuando, más tarde, los vientos de la danza flamenca soplaron en la dirección de la recuperación de la pureza original, él transformó su arte en ese sentido, siempre desde una técnica impecable y un dominio absoluto de los distintos estilos de baile flamenco. Artistas como Falla, Albéniz, Ravel, Miró, Léger o Duchamp influyeron decisivamente en su estética. Algunos de ellos compusieron música especialmente para sus interpretaciones, otros conformaron su mirada plástica… por cierto, de un nivel artístico no menor.

Ahí lo tenemos frente a nosotras y nosotros, mirándonos, compartiendo ese momento fotográfico, aferrado al animal que él sabe que atesora en sí la elegancia, la dinámica, la agilidad y el ritmo, como casi ningún otro ser de cuantos nos rodean.