El misterio rodea el cuadro de Goya de la cabeza de perro rodeada de una efusión abstracta de color. Sea como fuere, esa pintura preludia movimientos artísticos un siglo posteriores.
Entre las pinturas de la célebre Quinta del Sordo, de Francisco de Goya, destaca una que, por su misterio, ocupa un lugar enigmático en la historia del arte. Una cabeza de perro se asoma por una especie de plano inclinado y dirige la mirada a un punto indefinido.
Se especula que antes de 1873, año en el que se pasó la pintura desde la pared a un lienzo, la sombra informe que parece adivinarse frente a él, podría parecer más una roca y, en la misma, pudieran adivinarse unos pájaros, a los que el perro tal vez estuviera mirando. No hay, sin embargo, nada concluyente.
Nuestro amigo – su simpática cabeza, más bien – parece mirar atónito a un mundo de formas que se halla ya casi disuelto por completo en una pura efusión de color y de mancha. Nuestro perrito, en realidad, contempla con una mirada entre melancólica y resignada la revolución estética que su autor propone y que, en esta obra, salta ya por encima de impresionismos y post-impresionismos y llega hasta Rothko o hasta el expresionismo abstracto.